Ella entró al comedor que está al lado de la capilla. El sujetador fuera con gran habilidad y las mallas y las bragas. "Hazme tuya, padrecito", le decía la brasileña Claudia.
Y Pedro, el nuevo joven que se estrenaba como cura de la parroquia de Sietecoros se remangaba la casulla —debajo de la cual no llevaba calzoncillos. Y mostrando una santa erección.
Y entonces Claudia se arrodillaba y le practicaba una perfecta felación. Y cuando su semen invadió la boca de Claudia, Pedro comenzaba a rezar y le pidió perdón al divino.
—Sigue rezando, que me pone —decía Claudia, relamiendo la lefa del padrecito.
Ahora, Pedrito, hazme la extremaunción que me corro fijo, suspiró Claudia.
Claudia fue la primera. Y toda una serie de vulvas ávidas de paz espiritual pasarían por el referido refectorio.
Pronto sus objetos sexuales se ampliarían a los niños.
Y Pedro no paraba de rezar. Hasta que un día, en un viaje a Lugo, se confesó con el cura Eladio, quien le dijo que estaba obligado éticamente a dar parte a las autoridades eclesiásticas. Y así hizo.
leopoldo
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