Una avería multiforme de carácter nacional como el fascismo me tiene incomunicado y ya a oscuras. Hicham ha regresado del hospital donde no le han podido atender de una lesión en una pierna que le dificulta la movilidad.
Me refugio en la literatura. Y enseguida viene a mi alma la necesidad espiritual de darme un paseo por el Madrid antiguo y castizo con Azulita. Enrique y Amaya están deprimidos. No me extraña, claro.
Y a la Victoria le voy a comprar un barco velero, para que sea capitana de los yeguas. Y maltrate a la tripulación. Sobre todo, a los inmigrantes. Punto este que me dolería sobremanera. Pero, por la Victoria me uniría al maltrato si a ella le place.
Sí que es divina. Y tiene unos ojos que justifican la existencia del demonio.
Ella es tan dulce y cariñosa. Y es la dama más bella.
Sabe de cine y ama a su madre, quien fríe sangre. Aunque ahora no sé-pues está malita.
Y cuando todo parece triste, surge como del cielo Amayita, quien es la jueza más perversa desde que está malita la Victoria. Tiene la risa cautivadora de su madre. Y sabe un puñado de Derecho.
Y claro, allá en el fondo está enriquito, quien con su eterno wiski en la mano diestra no puede evitar racionalizar su existencia. Tarea condenada a los más crueles de los dolores. Sí, la verdad es que lo dejaría venir al paseo por el Madrid castizo con la Victoria, aunque solo sea para compartir con él su apabullante cultura gastronómica. Está puteado con el cáncer de la Victoria. Lo que le produce la conclusión racional de que la vida carece de sentido. Lee compulsivamente, pero a veces se le escapa que la Poesía es muy jodida cuando uno está pasando por momentos espiritualmente críticos. Aun así, no para de leer.
Hola, enriquito -dice leopoldo- sé que vengo sin avisar. Pero es que necesito ver a la Victoria. Es TAN MUJER. Cándida, dulce e inteligente. Con inmenso saber popular.
ME LA ROBASTE, CABRÓN.
leopoldo
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