—No te cueles —me dice José Luis, a la una, en la fila del comedor social de Boandanza.
—No me cuelo. Estoy aquí desde las diez. Lo que ocurre es que no puedo permanecer de pie por mi minusvalía, y espero sentado en la sala de lectura —le respondo.
Ni qué decir tiene que, en efecto, me colé como siempre.
Ya dentro, mi antagonista prosigue:
—Yo también tengo una minusvalía. Y acabo de pasar por un infarto.
—Pues haz como Santi, que es ciego, y como yo. La gente entiende que haya quienes debamos entrar antes —le replico.
Pero José Luis, entre aspavientos, rechaza cualquier razonamiento.
La realidad es que es un borde monumental. La fila no es más que su pretexto diario para lanzar maldiciones contra la concurrencia. Y, por cierto, también pasan antes Elisa y Roberto, que vienen en silla de ruedas.
Tras unos minutos de reflexión he llegado a una conclusión nítida sobre lo que haré mañana: pisarle la cabeza a José Luis. Y, ya en el suelo, propinarle un par de patadas mientras le digo:
—Ahora sí que tienes una minusvalía. Pasa el primero, anda.
leopoldo
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