Es el hermano pequeño de mi acogido, Hicham. Tiene dieciocho años y vive en un centro social de A Coruña.
Dentro de una hora vendrá a casa, donde le imparto clases de español. En el centro social también recibe clases. Es empático y divertido.
El primer ejercicio que realiza es siempre una redacción. Presenta todavía numerosas faltas de ortografía, aunque cada jornada son menos. Llevaba dos semanas sin venir porque había estado resfriado.
Quiere mucho a su omni, su madre. La semana que viene viajará a Chefchaouen para verla, porque está enferma. El centro social le ha pagado el billete de avión.
Cuenta que en ese pueblo del Magreb se trabaja casi en exclusiva el hachís. Es la principal —y prácticamente única— actividad económica.
Está estudiando electricidad. Dice que se casará con una mujer árabe. Explica que no podrá vestir como lo hacen las españolas, porque —según su visión— la mujer árabe debe ser recatada y no mostrar el cuerpo como aquí. Quiere tener dos o tres hijos. También comprar un coche y una casa.
Tiene muchas ganas de ver a sus amigos, a quienes echa mucho de menos. En el centro, sin embargo, también convive con otros compañeros árabes.
Son tres los hermanos que han llegado a España por vías irregulares, en patera: Hicham, Miloud y Ousamma.
Mi amigo Patxi, de la ONG Senvalos, está trabajando para regularizar su situación. Hicham ya lo ha conseguido. Miloud y Ousamma, sin duda, también lo lograrán.
“En Chefchaouen no hay futuro para la juventud”, afirma Hicham.
leopoldo
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