El 14 de abril de 2014 me despertaba con la noticia del fallecimiento de Mario Vargas Llosa. Desayunaba y leía. Escribía y mi amigo José-el-taxista me llevaba a la biblioteca del Ágora a devolver “Bomarzo”, entre otros libros.
Cómo no, me dirigí en la biblio a la sección del escritor peruano.
Y cuando estaba releyendo “La ciudad y los perros”, alguien que guardaba un parecido asombroso con Vargas Llosa me preguntó: “¿Te gusta?”.
“Me fascina —contesté—; tiene el sabor de la tierra”.
“A mí me parece —destacó quien ya se había evidenciado como el autor mencionado— que es lo mejor que he escrito”.
Seguí mirando: “La casa verde”, “Conversación en la catedral”, “La fiesta del Chivo”.
Entonces el citado escritor me dijo: "No te sorprendas por mi aparición. Me iré tal como he venido".
Y en esto el autor desapareció.
leopoldo
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