Como todos los días, al acabar de almorzar en el comedor social fui con Santi-el-ciego, Moncho y Jose a la pastelería de Agra de Bagua a comprar pan -mis amigos- y magdalenas -yo-.
Como siempre, la pastelera Antía estuvo muy cariñosa. Y me envió por el aire un beso femenino. Me preguntó: “¿Cuántas magdalenas quieres hoy?”.
Yo le contesté “cuatro y la tuya cinco”. Y ella se río muy femenina.
“Dame mi barra de pan”, dijo Santi. Y yo observé: “Espera Sani que estaba yo primero”. “Sí, Santi, este kiko primero”, dijo una lasciva Antía
“Dale el pan a ellos, que yo hoy quiero hablar contigo”, dije, con una frase que produjo que la entrepierna de Antía se mojase toda.
“Yo me quedo a hablar con Antía”, le dije yo a mis amigos. “No me esperéis”, añadí. Se fueron y en la pastelería quedamos solo Antía y yo.
“Bueno, princesa, ¿me deja que te coma la magdalena?”, le dije a Antía relamiéndome con fruición.
“Sí, pero tienes que esperar quince minutos a que cierre”, me dijo la bella pastelera.
Ni que decir tiene que esperé impaciente.
“Espera cariño que cerro en cinco minutos y te doy mi dulce”, observó Antía.
“Pasa dentro y enseguida estoy contigo”, señaló la bella dama.
Cuando ya hubo recogido todo, me abalancé sobre ella y le estrujé el coño. Ella respondió con un lascivo gemido.
“Lo prometido es deuda”, señaló al tiempo que se quitaba el pantalón y las braguitas. Caí de rodillas frente a ella y le practiqué un profundo cunnilingus.
Sabía una mujer salvaje y en diez minutos se corrió como una loca.
“Ahora me follas y te la chupo”, ordenó Antía.
Acabamos en el suelo de la cocina follando como locos. Y Antía respondió a su promesa y me la chupó tragando todo mi semen. Fue el comienzo de una ardiente relación.
Desde ese día experimento brutales erecciones cada vez que como magdalenas.
leopoldo
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