Después de derrapar con mi editora, contándole las guarradas que hago con mis queridas putas. Me veo en la obligación espiritual de cogerla de la mano (sin guantes) y llevármela de paseo.
La primera excursión sería sin duda al Museo del Prado, con permanencia de treinta minutos ante “Las Hilanderas” de Velázquez. Para acto seguido pasar a dejarse poseer por el dramatismo de Goya. Tiziano, Veronés y Tintoretto.
Luego la llevaría a dar un paseo por el Club de Campo, por el campo de golf, donde Lord Xeito del Palacio del Villar barría con sus orejas el césped. Y nos ducharíamos (en habitaciones separadas) bajo las portentosas alcachofas de los vestuarios del tenis. De la mano (y en habitaciones separadas) me la llevaría a la librería del viejo del Azca. Y por una puerta mágica y trasera apareceríamos en la Tate Galery londineanse. Iríamos a ver a mi padre londinense, señor Millman, y a mi novia-la-bailarina-Claudia-Rugué, en el Covent Garden. Para ello jugaríamos con el espacio-tiempo. Y mi padrino británico nos llevaría -como siempre-a dar un paseo por las inmediaciones de la capital británica. Y así, sin más estaríamos delante de “Sunita Baby”, en Kaly Kata, y dormiríamos en el Ejército de Salvación. Luego la llevaría a contemplar el patio desde una vía 7-B de los Alpes alemanes. Y haríamos un tracking por el Himalaya. Ya sin dinero, viajaríamos por el Magreb con las mochilas llenas de latas de atún Escuris, para ahorrar. Y quedaríamos extasiados con el anochecer del desierto del Sahara. La cara de los camellos era idéntica a la de Paca antes de dormirse drogada con el Sinogán. Nos saltaríamos todos los lugares tristes: Véase clínica del doctor Arrojo. Y soñaríamos de mañana en la Ciudad Encantada de Cuenca. Yo llamaría a mi hermano Javier para pedirle un anticipo de la herencia. Y con el botón tomaríamos el mejor café del mundo en un Starbucks neoyorquino. Ciudad en la que uno comprende que la sociedad contemporánea también tiene su arte (aunque robado en medio mundo). De allí a los Ancares de Lugo. Y ya con fuerzas, por lo bien que se viene en tierras lucenses, nos iríamos a la Feria de Málaga, donde de nuevo sería elegido guapo del verano. Y degustaríamos crema catalana con mi primo Carlos. Y su madre, la Ketty, nos mostraría los incunables de su casa malagueña. Ante la estupefacta mirada de su marido, el militroncho. Una comida en los Madriles con Enriquito, la Victoria y Amayita. Y con el habitual colocón en casa del profesor-todo-lo-sabe. Iríamos al Parque del Oeste. Y al Retiro, a pasear en barca. No nos quedaríamos sin acudir al Thyssen-Bornemisza y emborracharnos como obreros en Malasaña, a base de vermús de grifo con ginebra. Ante la penuria económica autoimpuesta, de nuevo llamaría a Javierito para pedirle dinero. Y con el pecunio obtenido a las Islas Caimán.
leopoldo
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