LA BELLEZA Sandra… TÚ TE CURAS. Y enriquito.
Bueno, lo primero te diré, Sandra, que odio tu móvil que está siempre comunicado.
Si bien es bastante previsible que le hayas colocado el microchip anti-leopoldo.
Bueno, pues este relato es para ti y para enriquito. Y lo que quiero atestiguar es que la BELLEZA REDIME TODO DOLOR, angustia, depresión (incluso las no justificadas): Pues no hay nada peor que alguien te diga: “Si-no-tiene-de-que-quejarte”.
Con el tiempo caería en la cuestión que todo lo explica: SOY UN CABANILLAS: Genética diabólica que no atiende a razones. Ni las psicoanalíticas siquiera.
Pues bien (“Ya lo has contado”, dice leopoldo), estaba yo en Antalya con una placa de hachís, durmiendo en una cabaña en la playa. Cuando de repente desperté aterrorizado, pues pensaba que solo había dormido tres horas.
Falso, pues había fumado mucho hachís y dormido como un tronco.
Una luz anaranjada me despertó. Era bellísima y me rescató del mundo de los sueños y las fantasías. Era tenue y suave. Acariciaba.
Yo caí de inmediato embrujado por su espiritual poderío.
Le pedí permiso al alma y pensé: Esto es psicoanalítico, mínimo.
Tengo que medicarme: Tenía Sinogán y Tepacepán. Pero en un arrebato del alma pensé: La belleza tranquilizará mi alma. La elevará incluso. Pasaré del doctor Bellocino y me desnudaré y correré por la arena de la playa. Y eso hice.
Sin rumbo ni dirección, salí desnudo de la cabaña y me dejé llevar. Corrí envuelto en un ámbito de pasión. La poesía iba conmigo.
Ahora recuerdo que no iba desnudo, sino que llevaba unos pantalones-mallas-calzoncillos y una sudadera, de los cuales me desprendí a la carrera. Sin saber, por supuesto, dónde debería rescatarlos. No me cansé y eso que troté a ritmo rápido cuarenta minutos. Pero la bóveda celeste me detuvo para contemplar su inmensidad.
Paré y ni puta idea de dónde estaba. No había referentes. Era todo arena. Y yo iba desnudo, rezaban los titulares de los periódicos.
“Un poeta muere de sed y de insolación en el Sáhara”.
Traté de andar recto, pero los pocos cactus que había eran todos iguales. Por fin vi una cabaña y entré desnudo, claro.
Los beduinos comprendieron que me había dejado llevar por la belleza del arenal y me había perdido. Me subieron en un Jeep 4x4 y recogimos mi ropa. Finalmente, me dejaron en mi cabaña.
Y de despedida me dieron de fumar hachís triple cero. Y se despidieron: “Ma salama, shaeir” (Adiós, poeta).
leopoldo
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