Recién salida de su operación de cáncer (suena fatal esta palabra, pero no sé sinónimos) en los bajos fondos, la Lore coge su silla plegable, su gata y sus libros a construir. Y algún día su horchata helada.
En una esquina recogida de la playa establece su despacho.
Trata de concentrarse, pero no puede por culpa del erotismo habido en los chicos negros que juegan al fútbol en el arenal.
“Bueno, vamos allá con el plasta de leopoldo, quien parece que ya se ha enterado de cómo pasar relatos del PC al was del teléfono, para compartirlos con sus contactos”, suspira la Lore.
Y en ese preciso momento se acerca una niña-con-coletas, y la vulva llena de arena, y le dice a la Lore:
“Oye, de parte de leopoldo, que sepas que ya ha conseguido pasar los textos, pero que es posible que se olvide en diez minutos de cómo lo hizo”.
“Chao”.
Sí… Efectivamente, me he enterado. Y además, mi memoria reciente está muy recuperada, con lo cual es posible que no me olvide de mi trabajo.
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Y en ese preciso momento una gaviota se acercó a su gata.
El sol comenzaba a ocultarse y el horizonte se extendía en tonos anaranjados.
leopoldo
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