De todos es sabido que me tomé mi rehabilitación del traumatismo craneal sufrido hace casi treinta años, como el ascenso a un 11.000. Sí, yo era aficionado al alpinismo, en especial a la escalada deportiva. Había escalado paredes de séptimo grado en la sierra madrileña, en Cuenca y en Picos de Europa. Fue una vía complicada, sucia y con hielo. Pero yo siempre tuve mis crampones preparados. Y ya sabéis: SIEMPRE HACIA ARRIBA. Me caía en la calle con el bastón una media de cinco o seis veces. Pero no me deprimía, me cabreaba y me prometía (mentiroso) que esta sería la última vez. Me pillaba enfados malsanos, sobre todo el año que fui en silla de ruedas, con las ofensivas barreras arquitectónicas de la ciudad y su carencia de rampas.
Pero ahora he conseguido que mi espíritu trascienda mis limitaciones físicas. Soy escritor y estoy enamorado de mi editora. Pobre.
Atiendo social-económicamente y educativamente a la población inmigrante de A Coruña. Tengo un inmigrante magrebí acogido viviendo conmigo. Hablo árabe, inglés, portugués y gallego (aprendido en el Gabinete de Normalización Lingüística de la Xunta de Galicia) y de Jamardo.
Y en breve voy a ir al rural marroquí con Hicham (mi acogido). Leo una media de ocho libros semanales de la Biblioteca Ágora. Y pienso en cómo será mi actuación en la próxima revisión de discapacidad, que me proporciona una maravillosa pensión, que unida al dinero de la empresa familiar hace que pueda dedicar mucho dinero a gente que lo necesita más que yo. Y vivir con lo necesario.
leopoldo
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