“Se busca camarero/a para trabajar los festivos en el comedor social”, rezaba un anuncio a las puertas del refectorio.
La idea me apetecía para recordar el año en que trabajé con mi hermano Javier en Londres, en Richmond Park, sirviendo sándwiches y ensaladas. Pero entonces no tenía la actual minusvalía. Y no sabía si sería capaz.
“No serías capaz. Hay que moverse mucho”, me dijo Fer.
“¿Qué quieres ponerle a los usuarios las lentejas por la cabeza?”, me decía el semiinvidente Luis. “Podíamos trabajar los dos. Sería una risa”, añadió.
Pero mi espíritu obsesivo-compulsivo siguió en sus trece. “Tienes que hablar con Xabela, es la jefa”, me dijeron.
Mientras tanto, centré mi apuesta: Trabajaría los festivos y vosotros a cambio me pagaríais dándome de comer gratis. Pues cobro una pensión por discapacidad absoluta que me impide cobrar.
Xabela, a la que llamé Sandra diez veces, me dijo que al acabar de comer hablaríamos. Y así fue en el primer piso del centro, pues ella, aunque me dijo que estaría en el comedor, incumplió su palabra.
Simplemente, le dije que estaba interesado en el anuncio de demanda de personal que habían puesto.
A lo que ella contestó en perfecto gallego que se olvidó de retirarla, pues ya habían contratado a una chica.
“En todo xeito, si hai algo mais xa falaremos”, dixome.
Y yo, de camino de vuelta a casa, pensé que aun así debería haberle dicho que estaría dispuesto a trabajar en lo que
sea a cambio de comida gratis.
leopoldo
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