Niños y abuelos masacrados en la Franja de Gaza, sin agua ni comida y aniquilados por unos demonios terrenales que se llaman israelitas. Los rusos asesinando a los ucranianos. Y la eterna guerra civil en Sudán.
Ya solo me queda mi Azulita como representante de una humanidad que merece la pena.
Es casi toda una mierda solemne.
Me refugio en mi literatura, donde la protagonista indiscutible es mi Victoria. Con su traje azul de Iberia.
Le prohíbo a mi reina enchufar la televisión, la radio y leer la prensa.
Soy injusto hablando de desastres existenciales y que enmudecen una de las sonrisas más bonitas, de la más bella de las mujeres.
Pero es que el mundo no me es ajeno. Su mierda me salpica y enturbia mi alma.
Y yo el cojo a la Victoria de la cintura y me la llevo a un mundo más bonito donde nos damos cuenta de que la guerra es una aberración. Donde los abuelos y los niños dejan de mirar al cielo para ver si caen bombas. Donde los inmigrantes son personas con plenos derechos. Donde el amor no es una entelequia. Donde dar es más hermoso que recibir.
Le pongo a Azulita una pinza en la nariz para que deje de apestarse por todo.
Y me fumo otro porro.
Vengo del comedor social, de comer con el sintecho Pedro: bilbaíno y pobre, a quien no le gustan los inmigrantes, porque convive con ellos y están todo el día fumando porros. Está harto de A Coruña y dice que el dinero es muy importante, pero que es mucho más importante la humanidad. Le faltan la mitad de los dientes, pero dice que prefiere comer aun con dificultades que reparar sus pinos.
En la tertulia del aperitivo está también Su, quien se caga en Dios cada tres minutos. Tiene cáncer de mama y de trompas. Y vive en la puta calle con Javi.
Y siempre me recuerda que cuando yo daba los desayunos en Padre Rubinos, siempre le daba una naranja a escondidas. Es de Vallecas y está hasta el coño de los gallegos.
leopoldo
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