Tradiciones ancestrales y hospitalidad genuina fueron desplegadas por los bereberes locales de Masinisa ante este intrépido mochilero senior durante la preparación del té de menta. Allí vi por primera vez a Hanan: Mirada baja y pecho turgente a pesar de las limitaciones de su vestimenta. En unos meses iba a ir a estudiar enfermería a Trípoli, donde residía ya una hermana. Mi grata sorpresa fue cuando su padre, Ahmed, me dijo que me acompañaría durante mi estancia sirviéndome de guía.
La primera semana con Hanan fui a una boda y a un funeral. Y participé en la recolección de la cosecha y en la elaboración de productos artesanales. Pero lo que más me gustó fue mi participación en el paleado para la obtención de hachís triple cero.
Las viviendas eran de barro, piedra y madera de palma. Con una arquitectura tradicional con abundantes patios interiores.
En las comidas abundaban las aceitunas, cereales y carne de camello o cordero.
Los fuertes lazos comunitarios provocaban la abundancia de espacios comunes, cubiertos por alfombras y con mucha cestería.
En mis charlas con Hanan, esta me contó que el pueblo -y todo el país- vivía mucha inestabilidad política e inseguridad. Y que estaba sacudido por la violencia y el crimen organizado.
Ante mi súplica para acudir a un fumadero de hachís, Hanan me presentó a Omar, quien me acompañó a un fumadero —solo para hombres— y, entre caladas parsimoniosas de cannabis, se estuvo quejando del abastecimiento irregular del agua en el pueblo. Así como de las infraestructuras deterioradas y del sistema de salud deficiente.
Hanan me presentó a Adel, quien no tardó en quejarse de la crisis económica imperante y de la corrupción. Así como de la falta de empleo y de la ausencia de libertad de prensa.
Después de diez días en Masinisa, este intrépido mochilero se despidió de Hanan, quien, para que tuviese su nombre conservado en mi alma, me realizó la mejor felación de mi vida.
leopoldo
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