Son los intestinos de cerdo llenos de lo que será mierda. A mí me encantan.
Pero la Lore comenzó y no pudo comprender mis apetencias gastronómicas.
Traté de hacerle entender que son bocato di cardenali... Pero fue imposible. Y un día que los estaba desayunando, me llamó “cerdo”. Me sentí ofendido y le dije que eran mucho mejores que los puerros que comía ella a todas horas. Fue nuestro primer desencuentro.
Y aprovechando que salió a trabajar toda la mañana fuera, yo compré: Caretas de cerdo, panceta y lomo. Cuando llegó a comer, le tenía preparado un churrasco de cerdo. Fue el fin de nuestra relación.
Al día siguiente me fui de viaje a la matanza del puerco de Santa Comba, donde dan muerte a los divinos animales y preparan sus ambrosías.
Todo ello en un entorno único en el que a fala galega de los paisanos es la guinda del pastel. Y el aguardiente, tras las filloas de postre.
Al día siguiente, pues yo dormí en una pensión de la citada localidad, más filloas de postre rellenas de crema catalana. Y de comer troitiñas con jamón. Engordé en mi semana gastronómica galega cinco kilos. Y luego, tirándome unos pedos arcaicos en el autobús, regresó a Barcelona. La Lore me tenía la maleta preparada. Yo tiré a la basura sus rabanitos y me fui ofendido.
En venganza elaboré un libro-reportaje sobre la matanza del cerdo en Galicia, que fue todo un éxito y en el que conté con la colaboración del eminente fotógrafo Miguel Gener. Tuve que tirar todos mis pantalones, pues abrocharlos a lo que fue mi cintura resultó una tarea imposible.
Pero un romance con Rosiña fue mi consuelo.
Ahora que nos casamos con el cura de Sietecoros, vivimos en Los Ancares. Yo peso ciento cincuenta kilos y mi amor cincuenta menos. Tenemos cinco hijos con sobrepeso.
leopoldo
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