No te diste cuenta de que la mujer que te dio tres hijos valía mucho más que tú. Estudiaba Filosofía y tocaba el piano. Fémina de exquisita sensibilidad. Le apasionaba Serrat cantando poemas de Miguel Hernández. Leía y hablaba francés.
Y tú la pusiste a jugar al tenis, con su celulitis. Era como una mujer de Botero en busca de su sentido existencial. Y entonces llegó el dinero. Y los niños crecieron. El servicio doméstico hacía lo que antes tenía mal atada a la existencia. Y comenzaste a coleccionar caracolas marinas. Y te pusiste gorda-gordísima. Ya solo usabas XXL.
Siempre que tu pudiente marido te sacaba a comer, pedías centolla y rebañabas los corales del caparazón. La sobrecena era cotidiana.
Y en Navidad comías tabletas de turrón como quien come pipas.
Pero tuviste a tu hijo leopoldo.
Quien te convirtió en maestra del rural andaluz.
Impartías clase de Filosofía a los menores.
Y tenías un “affaire” con el electricista, con quien te acabaste casando de penalti. Pero lo amabas mucho y te daba cada descarga…
leopoldo
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