Chicharrones en el Nirvana

Publicado el 21 de septiembre de 2025, 8:48

La Clínica del doctor Arrojo estaba a las afueras de Santiago casi en el rural. Cuando llovía… hacía un frío tremendo, por lo que íbamos con gruesos albornoces y zapatillas de felpa. Cuando llovía…, decía... un sereno discurrir del agua. Yo, como era el hijo del conselleiro, tenía una habitación para mí solo. Pero, claro, yo prefería compartir habitación y ser el hijo de un obrero. Cierto, pues el currito tendría que ir a la sanidad pública, en la que pronto hubiesen descubierto que lo único patológico que había en mi vida era mi paterno.

Era los jueves, creo, cuando no nos daban el desayuno, porque tocaba chute. Y ahí llegaba el doctor Arrojo, con su impoluta bata y su arma mortal: Una jeringuilla de cristal, que portaba en un maletín y abría con precisión. Del siglo XIX.

Procedía al pico: Era como un calorcito que invade el alma y que te dejaba dormido en cuestión de segundos.

En mi caso, era Pentatol (para la cura de sueño a la que fui sometido) o Roypnol, para mi supuesta adicción a la heroína, que vivía, si no en la mente del Bellocino, quien estoy convencido que consiguió caballo por su secre-porca y se  lo llevó al doctor Kornes, quien procedió a picarme Roypnol, para desintoxicarme.

Medio despertaba y me abrigaba con mi albornoz, que adquiría, gracias al chute barbitúrico, una textura entrañable. Me ponía las zapatillas para distanciarme del gélido suelo Y salía al pasillo, donde merodeaban los chutaos.

Por el pequeño ascensor de comidas llegaban los chicharrones y el pan. Como no habíamos desayunado los devorábamos sin compasión. Pero con apetito sereno y nada compulsivo. La tele estaba encendida.

Acabados los chicharrones con el apresado pan, esperábamos la hora de comer, en un pausado coloquio, quien pudiera hablar, que no éramos todos.

Siempre hablábamos de albornoces y zapatillas de andar por casa. Y muchos volvían a la piltra.

Me cago en dios doctor Kornes, ¿Es que no pudo hacerme una analítica para saber que no había caballo en mis venas?

No. Prefería hablar con el Bellocino de política y de su Opel Kadet.

Espero que a estas alturas ya se dedique solo a la sanidad pública y que haya dejado de recetar barbitúricos para las aerofagias. Que son una vergüenza cuando hay invitados de postín.

 

 

leopoldo

 

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