…Cuando viniste desde A Coruña a pasar unos días conmigo en casa, en Barcelona.
Han pasado tres años y todavía no te has ido.
Cierto es que regresamos a A Coruña a ver a Hicham,
quien siempre nos recibe con un fabuloso cuscús
y con tu hachís de Chefchaouen,
ese que tú llamas “medicina del alma”, dijo Lore.
—Además, gracias a la dieta macrobiótica —respondió Leopoldo—
es la primera vez en mi vida que estoy sano y delgado.
Te estoy muy agradecido, María Lore,
por dejarme instalar en tu casa un aula improvisada,
donde llevo ya tres años enseñando español
a los inmigrantes que cruzan medio mundo buscando una palabra.
También te debo mucho por acompañarme
en mi carrera de escritor,
esa empresa imposible
con la que, por fin, he conseguido
no perder dinero.
—¿Recuerdas, Lore? —dijo Leopoldo—.
Cuando te convencí para salir a correr al amanecer,
cuarenta minutos cada día,
y los sábados íbamos al gimnasio,
como dos jóvenes de otra época.
—¿Y la cartulina que colgamos en la pared de la cocina,
con todos los museos y galerías de arte de Barcelona? —añadió ella.
Hubo un silencio.
De esos que no duelen, pero pesan.
Y entonces, casi en un susurro,
Leopoldo preguntó:
—¿Te acuerdas de lo felices que fuimos?
leopoldo
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