Es un gato de angora, gris perlado,
con la mirada sabia de quien ha visto demasiadas tardes.
Siempre espera ansiosa que llegue la Lore,
porque sabe que entonces caerán sus whiskies,
esas gotas de cielo líquido que solo ella entiende como ritual.
—Hola, Mismi —le dice Lore—.
Hoy he tenido un día terrible.
Vengo de una vista judicial,
de esas que te desgarran por dentro,
por mi caso de violencia de género.
Pero, a pesar del dolor en el estómago,
parece que esta vez habrá justicia.
Que el mundo, por un instante, se alineará con el bien.
Mismi escucha, impasible,
mientras devora su banquete con elegancia felina.
Entre sorbo y sorbo de whiskies imaginarios,
mastica un rabanito confitado,
según dicta su estricta dieta macrobiótica.
Y entonces, como si el aire se abriera,
Leopoldo —ese espectro doméstico, siempre a destiempo—
levanta la voz y sentencia:
—Lore, Mismi… vamos a vivir en otro mundo.
En uno donde no exista la violencia de género,
porque todos se querrán sin miedo.
Donde no haya guerras, ni racismo,
ni pobreza, ni drogas, ni humillaciones.
Un mundo donde solo existan
deliciosos whiskies,
gatos sabios,
y la paz tibia de un atardecer compartido.
leopoldo
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